En la orilla de las aguas claras, en plena vista de Sevilla,
Se encuentra un roble prodigioso cuya madera lo presencia todo,
Y cuyas ramas le brindan sombra a la yegua.
Una vez era linda y la envidia de toda Andalucía.
Penacho erizado hasta el cielo.
Pelaje resplandeciente bajo el brillo, o del sol o de la luna.
Y el caballero andante, que la amaba y respetaba.
Pero ya termina desgraciada.
Cabizbaja, lomo encorvado, cubierta de tábanos,
La yegua carece de herradura y apenas recuerda quién era.
Sólo le quedan la sombra, una silla de cuero harapienta,
Y la fusta, blandida por el jinete bruto que monta a ella.
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